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31 de octubre de 2014

‘VIVIR Y ESCRIBIR. ESCRIBIR Y VIVIR’ por María Aixa Sanz


«Escribir es la forma más intensa de vivir.» 
—Borges—


Vivir y escribir. Escribir y vivir no se puede separar. Son como dos caras de una misma moneda. Cada sensación; cada olor; cada sabor; cada viaje; cada paso; cada paisaje visto; cada ciudad vivida; cada huella de tus botas; cada beso dado; cada abrazo recibido; cada lector; cada premio; cada emoción; cada lectura y relectura; cada reseña y artículo escritos por encargo; cada cuento breve narrado fruto de un momento muy momentáneo; cada página pasada de la propia vida; cada lastre soltado; cada decepción; cada chasco; cada caerte y volverte a levantar; cada sonrisa; cada risa a carcajadas; cada mundo y todos los mundos que uno observa, contempla, absorbe y que por supuesto siente; cada amigo nuevo; cada lágrima; cada pérdida; cada esperanza nueva; cada amanecer; cada  madrugada; cada vieja amistad; cada alianza nueva y cada alianza renovada; cada descubrimiento; cada ilusión; cada desilusión; cada volver a empezar; cada nueva canción; cada carta escrita; cada vuelta en el calendario; todo, todo, todo, absolutamente todo lo que se entiende por vivir forma parte directa o indirecta de esa novela que estás escribiendo.Son como pequeñas puntadas en un todo inmenso que se etiqueta bajo el nombre de novela.

Por ello no es extraño marcharte a vivir durante seis meses a Canadá y regresar con ‘La viajera en el camino’ recién escrita bajo el brazo. Por ello no es extraño oírle decir a un novelista que mientras siga viviendo seguirá escribiendo. Porque escribir es la forma de vivir del verdadero novelista o lo que más o menos es lo mismo para sentirse vivo el verdadero novelista necesita escribir.

De tal manera que de esa manera estoy: escribiendo, engarzando palabras, contando una historia, es decir, viviendo.


© MARÍA AIXA SANZ

Artículo escrito en octubre de 2014.

31 de octubre de 2013

'BIBLIOTECAS PRIVADAS: INSTINTO DE POSESIÓN' por María Aixa Sanz.


Enfrentarse a querer escribir sobre las bibliotecas privadas es tener que enfrentarse a un brutal  instinto de posesión o dominio que abarca todos los ámbitos: desde un territorio  personal para uso y disfrute, a una hacienda de pertenencias intocables por  terceros. En todos ellos es donde campa a su aire el amante de los libros, el cual es capaz de todo por éstos. Se dice que cada biblioteca privada es la  autobiografía de su dueño.

Nuestra biblioteca privada se convierte en un espacio que es capaz de contar toda nuestra vida. Nuestro pasado está encerrado en cada uno de los libros que hemos leído y que no, guardados en  los estantes de nuestra biblioteca particular. Sabe el amante de los libros que cuando uno se acerca a la biblioteca y coge al azar un libro, rápidamente, visualiza el momento en que lo leyó, hasta incluso recupera las sensaciones y el estado de ánimo que tuvo entonces, en aquella época.

Alguien, al observar la biblioteca  de otro, se puede hacer a la idea de qué tipo de persona es, con quién está  tratando. ¿Quién, amante de los libros, al entrar en una vivienda no ha buscado  libros por algún lugar y al no encontrarlos ha sentido lástima por su dueño? ¿Y a quién, amante de los libros, no le ha ocurrido que al entrar en una casa y  encontrarse con una gran biblioteca le ha despertado ese instinto tan bajo que  es  la envidia?

Uno crea su propia biblioteca en edad temprana cuando comprende que quiere poseer las lecturas, que necesita  estar cerca de sus libros, lo cual le da una tranquilidad enorme. Es en ese instante cuando nace el instinto de posesión, -extremo y ansioso-, en que se convierte fundar e ir ampliando una biblioteca propia.

Al final uno es lo que  lee.

Leer un libro es establecer una relación con él, tal vez por eso, sea tan difícil cortar la relación, romper el vínculo y no verlo más. Es más sereno saber que lo tenemos al lado y a mano. Para entablar de nuevo y cuando uno quiera una conversación muda con él, en la que intervienen todos los sentidos.

No hay ninguna felicidad mayor  para los amantes de los libros que abrir una caja llena de ellos; (“…su cara  refleja la misma ilusión de cuando está a punto de abrir una caja de libros que  todavía no ha acariciado. La misma ilusión, el mismo entusiasmo, la misma  felicidad…”.) Acariciarlos, recorrerlos con la vista, observar la  ilustración de la portada, contemplar el tipo de letra, leer las primeras líneas  de la primera página y colocarlos en la balda adecuada de nuestra biblioteca  privada.

Se sabe de siempre, es conocido por todos los amantes de los libros, que cuando se presta un libro nunca lo volvemos a ver. Nunca se nos es devuelto. Y lo que es peor, es que el título y  el color de libro toda la vida lo recordamos con claridad, no desaparece de la mente, así como recordamos a quien lo prestamos, cuando fue la última vez que  estuvo en nuestras manos y cuando lo leímos. Por ello todos los amantes de los  libros son reacios al préstamo.

Además nuestros libros tienen  huellas que no son otras que las que nosotros dejamos: una frase subrayada; una  anotación en el margen; una mancha de carmín; una página con la punta doblada…; y también somos capaces de añadirles una huella más. Una de notable e intemporal: un ex libris. Con nuestros apellidos, por ejemplo, para que en el año 2.365 todos sepan que una vez nos perteneció. Otro capricho del amante de  libros es querer adquirir todos los formatos en que aparece un título: en cartoné, en rústica, con ilustraciones, de bolsillo…, o querer tener un ejemplar firmado, o una edición príncipe.

Nuestro tesoro es nuestra  biblioteca y dormimos tranquilos si sabemos que cada libro está en su sitio, en su lugar, en su anaquel. Poseer libros es como poseer infinidad de mundos, infinidad de historias, infinidad de vidas que se volvieron reales en el momento en que fueron leídas por nosotros y desde entonces forman parte de la nuestra  persona. 

Sin duda el único o el verdadero motivo por el cual atesoramos libros, es muy sencillo de comprender, puesto que con el sólo se pretende una cosa y es que no nos sea robada parte de  nuestra vida, para que si olvidamos, ellos estén con nosotros para recordarnos olores, emociones, sensaciones… ¿Quién es capaz conscientemente de desprenderse de parte de su  vida? La vida tiene que ser arrebatada en un sólo momento por otro que no sea  uno mismo. Nosotros no podemos desprendernos de nuestros libros que son órganos vitales y adicionales a los de nuestro cuerpo.

Ser amante de los libros aboca a  tener una biblioteca privada por la que uno vive, siente, padece y es capaz de  realizar extrañas cosas, cómo la de reconocerse en este mismo texto.

Quien se considere amante de los  libros y esté libre de culpa que tire la primera piedra.


©María Aixa Sanz
Artículo escrito en marzo de 2006.


*ex libris: (Voz lat.) m.  Etiqueta o sello grabado que se estampa en el reverso de la tapa de los libros,  en la cual consta el nombre del dueño o el de la biblioteca a la que el libro en  cuestión pertenece: ha encargado un ex libris con su rúbrica. u No varía en  pl.

19 de octubre de 2013

‘LEER EN SILENCIO’ por María Aixa Sanz


“Mujer lee los textos sagrados, pero lee en silencio,  para que de este modo aunque tus labios hablen  ningún otro oído pueda oír  lo que dicen.”

En el año 349, San Cirilo de Jerusalén en un sermón.
              

Recuerdo el asombro o estupor que me causó estando de niña sentada en la escalinata del colegio cuando observé que los chicos y las chicas mayores leían sus libros en silencio, allí mismo sentados también en las escaleras.

Entonces descubrí que también se podía leer en silencio y no solamente en voz alta, la tradición oral corría por mis venas desde que había nacido debido a los cuentos que me leía mi madre y a las historias que me contaba mi padre.

No dije nada, me quedé en silencio, contemplando la escena donde aquellos muchachos, demasiado mayores, tenían la nariz metida entre las páginas de sus libros y no hablaban, ni leían en voz alta. Comprendí que lo hacían en silencio.

Por unos segundos aquella primera hora de la tarde se paró y el silencio lo inundó todo. Cogí de mi mochila un libro cualquiera y lo abrí por una página cualquiera y me dispuse a imitar al resto. En aquel momento algo ocurrió en mi interior y por arte de magia las palabras resonaron en mi cabeza y en mi cuerpo, veía imágenes y comprendía situaciones, actitudes y escenas, sin yo abrir la boca. Fue en esa tarde cuando aprendí a leer en silencio.

Después, años después, me enteré que el mismo asombro que me había causado el poder leer en silencio, les había ocurrido a muchos personajes de la historia. En el año 383, Agustín, que todavía no era San Agustín, al ir a visitar en Milán a Ambrosio quién más tarde también sería santo, le escandalizó encontrar a éste, reconocido consumado lector, leyendo de tal forma que señalaría en su libro Confesiones de esta manera:

«Cuando leía -dice Agustín- sus ojos recorrían las páginas y su corazón entendía el mensaje, pero su voz y su lengua quedaban quietas. A menudo me hacía yo presente donde él leía, pues el acceso a él no estaba vedado ni era costumbre anunciarle la llegada de los visitantes, de modo que muchas veces, cuando lo visitaba, lo encontraba leyendo en silencio, nunca en voz alta.»

Leer en silencio no se tornó la manera natural de leer hasta el siglo X, aunque a lo largo de los siglos hubo algunos casos que han pasado a la historia como peculiares y todavía en la actualidad se recuerdan. En el siglo IV a.C. encontraron a Alejandro Magno leyendo en silencio una carta de su madre, este hecho desconcertó a sus soldados. Julio César una vez en el año 63 a.C., leyó en silencio una carta de amor, delante de su oponente en el Senado. E incluso San Cirilo de Jerusalén en el año 349, en un sermón, rogó a las mujeres que mientras esperaban durante la ceremonia, leyesen en silencio los textos sagrados.

Se desconoce de dónde viene el momento y el lugar en que algo hizo clic en la cabeza de alguien y las palabras sonaron en su cerebro sin abrir la boca. Al igual que se desconoce esto, se conoce que fue una suerte de premio para la humanidad, pues fue el principio de una nueva era de la lectura, denominada: Leer en silencio.

Es a partir del momento en que uno descubre la lectura en silencio cuando de verdad toma contacto con la intimidad que le ofrece un libro. Es cuando en realidad se adentra en el universo de sueños y de libertad que ofrecen sus páginas. Es cuando se emprende una aventura en solitario distinta a si fuese leída por otra voz en alto, y de ese modo trasladada a un oyente o a un grupo de oyentes.
Tal vez por eso no deja de tener cierto poder la imagen de una persona leyendo agazapada, tumbada, sentada en un rincón, en apariencia apartada del mundo, presa en su guarida voluntaria o instalada en su atalaya de independencia, sosiego y lejanía que le ofrece su libro.

Ese poder extraño que le hace sumergirse en la historia que lee y olvidarse del resto de la humanidad, es el mismo poder que llama tanto la atención a la persona que observa a ese lector realizando una actividad peculiar, silenciosa y hermética, que a lo mejor no tiene la suerte de comprender o que por el contrario se ve totalmente reflejada en ella como en un espejo.

© María Aixa Sanz

Artículo escrito en enero de 2006.

15 de octubre de 2013

‘LA SINCERIDAD DE LAS CARTAS PERSONALES’ por María Aixa Sanz


Carta personal: Papel escrito, y ordinariamente cerrado, que una persona envía a otra que conoce para comunicarse con ella. Preferiblemente escritas a mano con tinta azul o negra. Firmada, plegada y guardada en un sobre sin ventana. No fue hasta el siglo XIX cuando las cartas se guardaron en sobre, antes iban dobladas y lacradas con un sello.

Es agradable leer incansables veces de la carta de San Pablo a los Corintios a la carta de una desconocida de Stefan Zweing; a el volumen de cartas que Helene Hanff escribió a la librería situada en el 84 de Charing Cross Road; a la carta que nunca recibió el coronel de Gabriel García Márquez; a las cartas que el vizconde Valmont le escribe a la marquesa de Merteuil en ‘Las Amistades Peligrosas’; a las cartas de nuestros padres conservadas primorosamente; hasta incluso las cartas que uno es el destinatario y las guarda entre las hojas de los libros.

¿Adónde irán a parar todas aquellas palabras nunca escritas en una carta?

¿Adónde irán a parar las cartas que nunca escribimos?

Si echamos la vista atrás, la memoria trae al presente imágenes de manojos de cartas atadas con una cinta roja de terciopelo; cartas perfumadas; cartas deslizándose con sigilo por debajo de una puerta; cartas de color rosa, regalo de primera comunión; cartas de un primer amor; cartas de amistad.

Las cartas siempre se han esperado con anhelo y su llegada por sorpresa siempre ha sido motivo de excitación. Porque las cartas poseen un tesoro en común: su sinceridad. Uno escribe una carta rellenándola de palabras sinceras que cuentan sus sentimientos: alegría, pesar, problemas, ilusiones, amor, desamor. En el tono en que se quiera, formal o informal, enfadado o desenfadado, divertido o triste. Puede rellenar folios enteros de palabras sin sentirse por un momento estúpido. Hablar con alguien por medio de una carta significa que no habrá silencios, ni interrupciones, sino que uno sabe de sobra que por unos minutos el destinatario le prestará toda su curiosidad, y por una extraña magia verá en persona al remitente que tanto conoce. Las palabras les acercaran de nuevo en la distancia.

Si preguntas a la gente casi nadie escribe cartas en el siglo XXI, pero estos mismos se sienten patosos si tienen que hablarle a un buzón de voz. Ya que al revés de las cartas es como si uno no hablase con nadie. Es como un locutor de radio que no tiene ninguna certeza de que alguien le esté escuchando. Y las palabras orales suenan torpes, salen de forma ficticia, y al final nunca se acaba diciendo lo que uno quería decir. Las palabras al aire tiñen de ridículo el ambiente donde son depositadas. Es claro el ejemplo, en que la ridiculez aumenta en la mayoría de personas, cuando graba y escucha la voz en una cinta de un magnetófono, en cambio no ocurre cuando se escribe una carta. Tal vez sea porque las palabras escritas sabemos que serán leídas por alguien aunque no sea ni la persona a la que iban destinadas, ni en el tiempo en el que han sido escritas y también sabemos que quizás estas mismas cartas serán leídas infinidad de veces a lo largo de los años. Las palabras escritas perduran en el tiempo, las orales como dice el proverbio se las lleva el viento.

Ahora hay un nuevo resurgir de las cartas en forma de e-mails, con lo cual todavía quedan esperanzas.

Pero qué bonito sigue siendo abrir el buzón y encontrarse una carta de alguien querido.

¡Qué bonito sigue siendo! 
¡Qué sincero!

Acabaremos añorando todas las cartas que no hemos escrito. Acabaremos pensando que han sido oportunidades perdidas.

© María Aixa Sanz

Artículo escrito en octubre de 2005

LA SINCERIDAD EN LAS CARTAS PERSONALES en la radio.

14 de octubre de 2013

‘LAS MUJERES QUE LEEN SON PELIGROSAS’ por María Aixa Sanz

¿Quién no se ha visto embargado por un extraño sosiego lleno de belleza al observar a una persona cercana y amada cuando está ensimismada en un libro?

¿Quién al pasear por una alameda, un parque o una estación de ferrocarril ha envidiado la serenidad de la persona que ha encontrado en su camino sentada en un banco, en una piedra o en un asiento de tren, inmersa en una historia ajena impresa en las páginas de un libro?

¿Quién en ese momento no ha querido cambiarse por ella o descubrir cuál era la historia que le tenía ausente del mundo?

En el universo hay millones de momentos donde si nos fijamos podemos contemplar como en las pupilas de las personas se reflejan palabras de sus lecturas. Palabras ajenas, escritas por otros, que las han hecho suyas como lectores. He tenido muchas veces ganas de fotografiar a todas esas personas que depositan su alma por unas horas en un libro ya sean mis personas queridas o extraños que he encontrado en mi caminar. Un deseo que también lo han sentido a lo largo de la historia un gran número de pintores y han pintando hermosos cuadros, hermosas estampas de gente leyendo.

En efecto muchos pintores tuvieron y han tenido el hondo deseo de plasmar en una imagen el placer, el sosiego y la belleza que se desprende cuando se observa a alguien leyendo, sin embargo: comprendieron, que si la persona era una mujer abrigaba en su cuerpo una especie de magia y poder infinitos pues traspasaba un límite establecido y se comprometía con ella misma y con la historia, dando un paso adelante cada vez que entre sus manos sostenía un libro y sus ojos discurrían con agilidad por las líneas compuestas de palabras. Cagnaccio di San Pietro, Edward Hopper, Ramón Casas, Rembrandt, Vilhelm Hammershoi, François Boucher, Johannes Vermeer y un largo etcétera retrataron y siguen retratando a sus hermanas, amantes, hijas, amigas, conocidas, incluso a anónimas desconocidas en esa actitud.

La razón: retratar la transgresión, la osadía, la no claudicación, la insumisión que se fraguó en el seno de las familias en el año 1432 cuando una madre dejó en herencia a su hija sus libros y este hecho se convirtió en costumbre. Las hijas heredaban solamente los libros de sus madres, los romances, nunca las biblias ni los libros de oraciones que perteneciendo al patrimonio familiar pasaban al heredero varón. Así se convirtió en tradición que las madres entregaran sus libros a sus hijas y éstas a las suyas. Una madre le decía a su hija: «Heredaras mis libros» y con estas palabras le traspasaba a escondidas toda la libertad que encerraban sus páginas.  

Abrir una novela, sentarse, tumbarse, recostarse con ella y en ella durante años fue una transgresión, fue el hábito más peligroso que podía tener una mujer. Si usted, sí, usted, quien en este momento está leyendo este artículo, es mujer y lectora, siéntase una privilegiada pues su actitud es la consecuencia de la transgresión de todas las mujeres que durante siglos han sido llamadas peligrosas.


© MARÍA AIXA SANZ
Artículo escrito en mayo de 2007.

7 de octubre de 2013

‘ENTRE EL EXPERIMENTO Y OTROS QUEHACERES: HISTORIA DE UN REENCUENTRO’ por María Aixa Sanz

Me tomé la licencia de no leer durante doce días, ó doscientas ochenta y ocho horas que es lo mismo. Una licencia que me permitía indulgentemente elegir en que ocupar mi tiempo, una licencia que concede la libertad que uno tiene. Y fui a ratos feliz incluso pensé un par de veces que igual ya nunca más leería otra novela. ¿Y si se había acabado todo y entraba a formar parte de la lista de gente que no lee nunca y se congratula de ello? También he de decir que acariciar esa idea me daba a la vez temor y sorpresa, como si algo dentro de mí hubiese muerto o se hubiese cortado el hilo que me unía a los libros y ellos habían salido volando, como una cometa abandonada que surca el aire a su suerte. Pero la cantidad de temor que noté no fue suficiente para coger un libro y leer. Siguieron pasando días y horas.
Leer me relaja y en esos días no conseguía desconectar la maquinaria. Mi cuerpo y mi mente hiperactivos ellos de por sí estaban a pleno rendimiento y segregaba adrenalina a mares. Entré en una espiral de días frenéticos: durmiendo poco, hablando mucho, trabajando demasiado y sin respirar. A veces no daba ni los cuartos ni las horas. Andaba acelerada.
Comprendí que o paraba o acabaría desquiciada, entonces mis ojos se encontraron con una solapa de un libro de color lila, era el ‘Vizconde Demediado’ de Italo Calvino que lo había leído en el  1995, es decir, en el siglo pasado. La casualidad lo había puesto en mi camino y las casualidades no existen.
Y una de esas tardes soleadas de primavera mediterránea, con su luz azul transparente, abrí en un impulso súbito y brusco el libro y me puse a leerlo, tarde minutos en encontrar la concentración incluso instantes o medias horas, hasta que la historia se fundió conmigo y empecé a pasar página tras página. Había claudicado y abandonado mi asueto o experimento antiliterario o antinatural, desde mi trinchera de otras-tareas-por-hacer. Me había rendido.
¿Puede uno dejar de leer de por vida como quién deja de asistir algún acto al que ya no vuelve nunca más por muchos años que viva? ¿Puede ocurrir eso? ¿Uno puede dejar de leer de un día para otro cuando ha sido un ávido lector?
Y luego al día siguiente, en unas cuantas horas leí: ‘Buenos días, tristeza’ de Françoise Sagan, lo leí vorazmente como antes del lapsus o rapto que tuve durante doce días.
Leí como antes, como siempre. Como siempre será. Aunque a veces me engañe a mí misma como un espejismo creyendo que puedo seguir siendo yo sin leer.
Porque reencontrarme con la lectura, después de días experimentales, fue como encontrarme con un viejo amigo que conoce toda mi vida, mis secretos y mis deseos.
Fue como si de pronto alguien encendiera la luz del mundo y todo adquiriera otro color, otro tono, otra textura.
Y la paz.
Ese trozo de paz y olvido que me otorga el negro sobre blanco y una historia escrita por alguien hace mucho o hace poco.
Reencontrarme con la lectura fue delicioso: como un pastel recién hecho o un pan recién horneado a la hora de merendar. Fue encontrar de nuevo la piedra angular desde donde todo nace, gira y se apoya; la brújula que no deja desorientar; el talismán que asegura felicidad.
Fue hallar un cofre por abrir, con sus mundos nuevos donde perderse, donde las horas pasan dulcemente y apenas se nota la gravedad de la vida.
Es vivir en el aire, notando el cuerpo y la mente ligeros, sin darle a nada una importancia grande o grave.
Reencontrarme con la lectura fue como si se abriera el apetito y vivir acompañada en silencio y no notar ni un atisbo de soledad.


© María Aixa Sanz

Artículo escrito en mayo de 2006.

4 de octubre de 2013

‘LAS ARTES SILENCIOSAS’ por María Aixa Sanz.


El súmmum del arte es aquel que es capaz de seducirnos en absoluto silencio. Penetrando en nuestra alma, corazón y cuerpo por el sentido de la vista. Sólo hay dos artes que son capaces de remover nuestros cimientos y cambiar el rumbo de nuestras vidas en silencio.

Las dos disciplinas a las que yo llamo ARTES SILENCIOSAS son: la literatura y la pintura.

Ambas son capaces de calar en lo más hondo de nuestro ser y de transmitirnos un mundo entero sin que nadie alce la voz, pronuncie una palabra, realice un gesto.

¡Qué decir de la literatura que palabra tras palabra crea en nuestra imaginación un mundo, una historia, otra vida, con la sola compañía del silencio! No se puede encontrar en el mundo mayor serenidad que la que posee alguien que está inmerso en las páginas de un libro, a disposición de unas palabras escritas una tras otra creando una historia. Ese ser, ese lector, ha sido por el libro arrebatado de la realidad, abstraído del mundo, consiguiendo estar en otra parte mediante el poder de la literatura y el sentido de la vista que despliega sobre él un manto que lo cubre y le transmite sentimientos y le otorga experiencias nuevas o viejas pero siempre inesperadas.

Igual sucede con el otro ARTE SILENCIOSO: la pintura. Cuando como perdidos nos hallamos plantados de repente delante de un cuadro que nos ha llamado por el nombre de pila y obedientes, de pie, en absoluto silencio, en soledad, paladeamos el placer que nos proporciona, recogidos y concentrados en él.

En la realidad de cada uno hay todo un camino que su biblioteca privada podría revelar sobre su vida si alguien quisiera indagar. Conocería cuales han sido sus gustos a lo largo de su vida, las lecturas queridas, las olvidadas, las subrayadas. Sabría de esa persona a través de los libros que se han ido acumulando en las baldas de su biblioteca. «Una de las mejores formas de recrear el pensamiento de un hombre: es reconstruir su biblioteca», dijo Marguerite Yourcernar. Lo mismo ocurriría si se decidiese seguir el caminar de alguien por los distintos museos del mundo, descubriría los sentimientos inolvidables que guarda en los pliegues de su piel como tesoros. Entendería que para ese alguien hay cuadros en que son algo más que ternura, son algo parecido a la comprensión total, o a una fusión completa que hace que con los ojos esa persona entre dentro del universo del cuadro formando parte de él, advirtiendo cada detalle, enmudeciendo ante tanta espectacularidad.

¿Cuántos sentimientos son capaces de evocarnos los libros y los cuadros?

¿Cuánto esplendor hay en una historia escrita y en una pintura?

¿Cuánto silencio los acompaña?

¿Cuánta soledad poseen y en cambio no nos sentimos solos ante ellos?

Y lo tremendo. Lo más tremendo es que no hay vida suficiente para leer todos los libros y para admirar todas las pinturas.

No hay vida suficiente.
No hay tiempo.
No hay espacio.

Pero el consuelo es que con cada día se abre la posibilidad de entrar en un museo o contemplar nuestra biblioteca privada, ambos existen para que en silencio los visitemos cada vez que nuestro ser quiera sentir. Entonces sólo tendremos que ir a la balda y coger el libro y abrirlo o cruzar el umbral de un museo y contemplar un cuadro tras otro, y notar como nuestro cuerpo siente.



© MARÍA AIXA SANZ

Escrito en noviembre de 2007.

12 de junio de 2013

‘OCHO CONSEJOS PARA CONSEGUIR AMAR A LA LITERATURA’ por María Aixa Sanz

Abro una de esas revistas gordas y mensuales y en una de sus páginas decoradas con exquisito glamour encuentro ocho consejos para ser feliz. Sin esfuerzo los recuerdo pues al leerlos me doy perfectamente cuenta de que los cumplo, que por tanto soy feliz y es verdad me considero una persona feliz.

Disfruto de los pequeños placeres de la vida: tomar el sol; arreglar el jardín; sumergirme en el mar; observar una flor; mirar el cielo; hablar mucho y cantar en voz alta; aprender a perdonar; cuidar el cuerpo (caminar, sonreír, dormir); dominar el estrés (pensando que el sol sale cada día y algún día saldrá en mi calle, esto me lo enseñó un amigo); no ver la televisión más de tres horas al día (a veces no me acuerdo de que existe hasta que le quito el polvo o hace demasiadas horas que no he visto las noticias); comprar un perro (Jerónimo es mi perro guerrero, mi amigo incondicional).

Pienso que los consejos para eso están, para regalarlos, aunque no les hagamos caso, tal vez en el fondo del cuerpo quede algún poso que por algún resquicio algún día rescatemos. Entonces reparo en que yo también tengo ocho consejos que puedo dar para conseguir amar la literatura:

 1-Adquirir el libro que el corazón te señale: (El corazón se asoma y te dice ese: «Coge ese.» «¿Por qué?» le preguntas tú. «No lo sé», te contesta él o tal vez te contesta: «Porque el alma me lo dice o porque me ha gustado los colores de la portada.»)

 2-Acariciarlo durante dos minutos antes de empezarlo a leer (podemos acariciarlo o manosearlo o abrirlo y cerrarlo, eso según la personalidad de cada uno, durante dos minutos, él se dejará confiado. Los libros son seres tranquilos.)

3-Sentarnos o tumbarnos siempre en el mismo sitio (llámese a ese lugar: sillón, butaca, balancín, sofá, tumbona, cama, arena de la playa…., ese mismo sitio empuja al cuerpo y al cerebro a predisponerse todo él para la lectura.)

4- Silencio (conseguir estar en un lugar con el menor ruido posible, preferiblemente en silencio o como sonido de fondo el discurrir de un río o el ir y venir de las olas.)

 5- Mirar el reloj al empezar la lectura y olvidar que el tiempo existe (no volver a mirar el reloj hasta que estemos cansados de leer o llamen al timbre, te quedaras sorprendido de lo rápido que ha pasado el tiempo.)

6- Involucrarnos en la historia que nos cuenta (involucrarnos hasta el punto de creer que nosotros somos el o la protagonista o reconocer a nuestros amigos o a un ex en algún personaje.)

7- Dejarse llevar por los sentimientos (llorar si hay que llorar, reírse a carcajadas si hay que reírse, irritarse, satisfacerse, enmudecer, soñar, etc.)

8- Leer todas las semanas (primero puede ser como una obligación o una terapia el reservarse unas horas para leer, luego esa obligación se convertirá en devoción y la práctica asidua de este ejercicio les aseguro que conduce directamente a la felicidad).


© María Aixa Sanz
Artículo escrito en abril 2005.

              



1 de enero de 2011

“ALMA Y SU PEQUEÑO LEÓN” por María Aixa Sanz

A Alma su madre le puso ese nombre cuando nació, porque sabía que siempre sería un alma libre, intrépida, que no se ataría a nada ni a nadie, que no se rendiría jamás, que no se dejaría atrapar, que su vida sería diferente y fascinante. Lo sabía porque la engendró en un mes en el que hubo dos lunas llenas, y Alma es todo lo que su madre pronosticó. Alma camina descalza, curiosea, se sube a los árboles, se inserta en la selva, piensa por sí sola, hace preguntas difíciles de contestar y solo habla los días pares porque ha comprobado que la gente en esos días está más predispuesta a entablar conversaciones que lleguen a buen puerto antes que a sembrar conflictos. Los conflictos pertenecen a los días impares. Los días impares Alma los utiliza para pensar y para averiguar mediante ecuaciones que se suceden en el tiempo y en los papeles, la incógnita, la variable que determine como conseguir que los corazones no sientan tanta soledad cuando tienen las mismas constantes. En los días impares a Alma se la ve pasear descalza, se sienta en algún árbol o apoya la espalda en una pared, saca un pequeño cuaderno y un lápiz y empieza a dibujar símbolos que nadie entiende: sus ecuaciones, y cuando se la observa en ese afán de descubrir lo que tanto le fascina, se puede ver cómo junto a ella está sentado su pequeño león, que vigila atentamente el paisaje y si alguien se acerca abre la boca, enseña sus dientes y ruge un poquito. Desde que está con ella, Alma va a todas partes con su pequeño león. Cuando Alma se tumba en el suelo reposa su cabeza en él. Su pequeño león le hace de almohada. Su pequeño león tiene una paciencia infinita. Es algo que lo percibe cualquiera que los mire, percibe que ese pequeño león tiene una paciencia infinita con Alma, pues ella no para en su trasiego ni un momento quieta, curiosea por todas partes, mete las narices en todo sin hacer mal a nadie, y él la sigue, la acompaña a todos los lugares. No se separa de ella desde que un día salieron ambos de la selva, Alma descalza, él detrás. Alma estuvo perdida o eso creyeron durante unos días por la selva y cuando salió de ella, sin ayuda de nadie, salió acompañada de su pequeño león, al que por nombre le puso: Mi pequeño león. Desde entonces son leales el uno con el otro. Su pequeño león no puede separarse de ella, pues al seguirla porque le fascinó en la selva el brillo de los ojos de Alma, se apartó de su manada y no sabe, ni quiere volver a ella. No podría vivir sin Alma y de Alma sería injusto decir que no necesita a su pequeño león pues es el único a quien habla tanto en días pares como impares.


© MARÍA AIXA SANZ


(Ilustración de Caia Koopman)
Cuento escrito el 1 de enero de 2011

9 de julio de 2010

"MOSSEGAR" por María Aixa Sanz

Él la vio. La miró. La contempló. La observó. Quizás se enamoró un poco de ella. Incluso puede que con el tiempo haya llegado a amarla. Pero eso forma parte de otra historia. La de él no la de ella.
Al mirarla la puso en la sociedad. Le dio un lugar en el mundo. Con sus manos la moldeó, como cientos de alfareros han moldeado la arcilla para hacerla vasija, botijo, cuenco. Moldeó su cuerpo de muchacha e hizo de ella una mujer. Con su voz hizo que las palabras estallaran en ella como las olas estallan en las rocas, descubriéndolas. Desde entonces cada palabra de él es el hogar de ella. Con sus actos, actos que maneja con saber hacer de sabio, siempre le indica que está bien o que está mal y la hace comportarse.
Cuando la encontró en el valle de Mossegar, sola, en medio de un paraje solitario de tierra rojiza, duro, natural, inhóspito, supo que tenía delante a una fiera salvaje que tendría primero que amansar y luego domesticar. Para ello se la llevó a la ciudad. De eso hace mucho tiempo y ella, ahora, perfectamente puede pasar por una dama, por una mujer hecha y derecha, sensual, cortés y educada.
Pero él no sabe que cada vez que la mira a los ojos, al fondo de sus ojos, desata en ella todo su salvajismo contenido desde que dejó atrás el valle. Que cada vez que la mira la hace vibrar, que la vuelve loca. Que solo quiere  devorarlo y no parar hasta no dejar rastro de él. Desconoce que cada vez que se pierde dentro de sus ojos, ella para comportarse tiene que morderse hasta sangrar. No sabe que a la salvaje que lleva dentro no la ha anulado, ni la ha borrado.
Él no sabe que comparte sus días en salvaje compañía.


© MARIA AIXA SANZ
(Ilustración: Linda Troeller)

14 de abril de 2010

“LA VIE SECRÈTE DES FEMMES” por María Aixa Sanz

Los trasgos viven dentro del hueco de los árboles. Salen de ellos con el objetivo firme de observar como va el mundo. Contemplan cada día: las mañanas y las tardes, el ocaso del sol y la salida sorprendente de la luna. Por las noches se meten en las camas de las hembras de los hombres, allí encuentran desde mujeres apasionadas y viajadas hasta doncellas puras que se ruborizan. Los trasgos les susurran palabras al oído, los trasgos recorren sus cuerpos, y a veces el hombre que acompaña su lecho las oye lanzar un gemido de placer mientras duermen. Al día siguiente ellas recuerdan de manera febril como poseídas por una extraña locura que no entienden, los placeres de la noche anterior, pues los trasgos son traviesos y conocen todas las artimañas para darles placer a las mujeres, ya que reúnen la sabiduría de todos los hombres del mundo, la magia de los árboles, los anhelos de las hembras y la sensibilidad de sus pieles.
Algunas recuerdan la noche anterior con todos sus matices en un idioma distinto como el francés, otras se sienten estremecer por la noche pasada al golpearlas el aire fresco de la mañana, a algunas la lluvia del amanecer les provoca lágrimas sin un porqué y al rato sienten unas inmensas ganas de bailar y a otras ver aparecer la luna les hace aflorar la risa de manera casual sin comprender.
Los trasgos recorren sus cuerpos en mitad de la noche y les susurran al oído el nombre del amado amante que tendrán en el exilio, les descubren el más oculto de sus secretos, imitan la voz de su caballero, les muestran los ojos del hombre que será su perdición y su debilidad, descubren para unas los paraísos no conocidos, recuperan para otras los paraísos vividos y olvidados. Los trasgos son los únicos que conocen la naturaleza de las mujeres, de que material está hecha su sensualidad, cual es la palabra secreta para despertar su erotismo y su voluptuosidad. Los trasgos recorren el cuerpo de las mujeres en noches de luna llena y éstas andan por la vida mirando a los ojos de los hombres que encuentran más bellos, intentando adivinar si detrás de esos ojos, si debajo de la piel de esos hombres se esconde un trasgo. Todo por pudor. Todo por sentir vergüenza y no quererles preguntar directamente, con franqueza, con sinceridad: ¿Eres tú un trasgo?



© MARÍA AIXA SANZ 

Trasgo: m. Duende, espíritu enredador

8 de abril de 2010

'MUJERES NOVELERAS' por María Aixa Sanz.



«Piensa equivocadamente si es necesario, pero en todo caso piensa siempre por ti mi misma.»


-Doris Lessing-




Siempre me ha fascinado la frase o la creencia que con vehemencia, sin tapujos, con frescura, como una certeza algunas personas la han dicho en más de una ocasión a alguna mujer o alguna niña: "Es que tú eres muy novelera", "Mujer es que eres una novelera", "Niña que novelera eres" o como en mi caso que valenciana soy : "Xiqueta que romancera eres". Romancera que viene del francés roman, o sea novela, romancer: novelar, romancier: novelista. Pasan los años y a esa mujer que ya no es niña le siguen diciendo la misma frase, siguen con la misma cantinela, una nunca ha sabido si tomárselo a bien o mal, si es un elogio o una forma de calificarte despectivamente, eso solo se sabe, cuando esa frase mil veces dicha como sentencia, en algunos casos germina y se convierte en realidad. Entonces que te digan que novelera eres es un piropo, pues has hecho de tu vida uno oficio. La broma o el chiste es que aquella niña, a la que le decían "es que tú eres muy novelera" acabe convirtiéndose sin nadie advertirlo en una mujer novelera o novelista de oficio. La novelista de hoy es aquella niña que entretenía su infancia, sus juegos y la vida de los otros con cuentos, novelas, chascarrillos, disparates inventados o no, historias en definitiva. Esa niña que hoy es novelista forjó su carácter en esas historias. Un carácter ya de por sí, dado a la imaginación y a la intuición, pues de un porcentaje elevado de intuición se nutre la imaginación de la mujer novelera, y ahora Punset nos descubre que es mayor el porcentaje de aciertos cuando se elige una opción basándose en la intuición que en razonamientos tangibles sobre papel. Eso ya lo sabíamos nosotras, nosotras, las mujeres noveleras, les xiquetes romanceres, siempre he creído absoluta y rotundamente que la intuición y la imaginación están unidas, pues cuando nosotras, las mujeres noveleras, imaginamos y creamos una historia tiramos de la intuición para saber cual será el proceder del personaje de nuestra historia inventada y sin otro argumento ni otra excusa que la intuición convertimos en realidad la imaginación, la convertimos como por arte de magia, le damos alas a la imaginación trasformándola en una historia susurrada al oído de nuestro amante, en una historia escrita en un cuaderno viejo y olvidado, en una historia para calmar la ansia de un niño, en una novela para que otros puedan fantasear y hacer de su existencia un lugar más amable. Y para ser novelista, mujer novelera, o xiqueta romancera, desde temprana edad se ha de tener amplitud de miras y te ha de importar poco el qué dirán. Pobre mujer la que se cree novelera y no lo es, puesto que le importa más el qué dirán, agradar a los de su alrededor, colocarse un techo de cristal queriendo ser profeta en su tierra, pues la mujer novelera desde su infancia sabe que es capaz de inventar caminos, conquistar mundos, escribir en la bóveda celeste y contar historias para volar por todo el Universo. Su amplitud de miras es tal, que para la mujer novelera, para la xiqueta romancera, no existen las paredes ni los techos, se ríe de los que ambicionan ser profetas en su tierra ya que su tierra es todo el Universo y a él se debe. Como arma tiene la imaginación y nunca se ha conocido arma mejor. Por eso tal vez las mujeres noveleras siempre han sido mujeres de armas tomar que no se han conformado y que saben que nadie tiene todo el tiempo del mundo aunque ellas si que saben que con su mirada pueden abarcar el mundo en su tiempo. Por eso lo trasforman en historias para que quede grabado en las pieles, en los cuerpos, y en la alma de los otros. Pues novelar no deja de ser un ejercicio de sinceridad, donde el pudor no tiene lugar. Al fin y al cabo novelar es imaginar y crear ficción para que otros puedan soñar. Raro oficio, es verdad.


© MARÍA AIXA SANZ

Artículo escrito en abril de 2010. En diciembre del mismo año se fundó la COLECCIÓN MUJERES NOVELERAS.

Novelar: tr. Referir un suceso con forma o apariencia de novela.
Sinónimo: narrar, escribir, contar, referir.
En francés: vtr (explicar) romancer. // écrire des romans.





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