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1 de enero de 2011

“ALMA Y SU PEQUEÑO LEÓN” por María Aixa Sanz

A Alma su madre le puso ese nombre cuando nació, porque sabía que siempre sería un alma libre, intrépida, que no se ataría a nada ni a nadie, que no se rendiría jamás, que no se dejaría atrapar, que su vida sería diferente y fascinante. Lo sabía porque la engendró en un mes en el que hubo dos lunas llenas, y Alma es todo lo que su madre pronosticó. Alma camina descalza, curiosea, se sube a los árboles, se inserta en la selva, piensa por sí sola, hace preguntas difíciles de contestar y solo habla los días pares porque ha comprobado que la gente en esos días está más predispuesta a entablar conversaciones que lleguen a buen puerto antes que a sembrar conflictos. Los conflictos pertenecen a los días impares. Los días impares Alma los utiliza para pensar y para averiguar mediante ecuaciones que se suceden en el tiempo y en los papeles, la incógnita, la variable que determine como conseguir que los corazones no sientan tanta soledad cuando tienen las mismas constantes. En los días impares a Alma se la ve pasear descalza, se sienta en algún árbol o apoya la espalda en una pared, saca un pequeño cuaderno y un lápiz y empieza a dibujar símbolos que nadie entiende: sus ecuaciones, y cuando se la observa en ese afán de descubrir lo que tanto le fascina, se puede ver cómo junto a ella está sentado su pequeño león, que vigila atentamente el paisaje y si alguien se acerca abre la boca, enseña sus dientes y ruge un poquito. Desde que está con ella, Alma va a todas partes con su pequeño león. Cuando Alma se tumba en el suelo reposa su cabeza en él. Su pequeño león le hace de almohada. Su pequeño león tiene una paciencia infinita. Es algo que lo percibe cualquiera que los mire, percibe que ese pequeño león tiene una paciencia infinita con Alma, pues ella no para en su trasiego ni un momento quieta, curiosea por todas partes, mete las narices en todo sin hacer mal a nadie, y él la sigue, la acompaña a todos los lugares. No se separa de ella desde que un día salieron ambos de la selva, Alma descalza, él detrás. Alma estuvo perdida o eso creyeron durante unos días por la selva y cuando salió de ella, sin ayuda de nadie, salió acompañada de su pequeño león, al que por nombre le puso: Mi pequeño león. Desde entonces son leales el uno con el otro. Su pequeño león no puede separarse de ella, pues al seguirla porque le fascinó en la selva el brillo de los ojos de Alma, se apartó de su manada y no sabe, ni quiere volver a ella. No podría vivir sin Alma y de Alma sería injusto decir que no necesita a su pequeño león pues es el único a quien habla tanto en días pares como impares.


© MARÍA AIXA SANZ


(Ilustración de Caia Koopman)
Cuento escrito el 1 de enero de 2011

9 de julio de 2010

"MOSSEGAR" por María Aixa Sanz

Él la vio. La miró. La contempló. La observó. Quizás se enamoró un poco de ella. Incluso puede que con el tiempo haya llegado a amarla. Pero eso forma parte de otra historia. La de él no la de ella.
Al mirarla la puso en la sociedad. Le dio un lugar en el mundo. Con sus manos la moldeó, como cientos de alfareros han moldeado la arcilla para hacerla vasija, botijo, cuenco. Moldeó su cuerpo de muchacha e hizo de ella una mujer. Con su voz hizo que las palabras estallaran en ella como las olas estallan en las rocas, descubriéndolas. Desde entonces cada palabra de él es el hogar de ella. Con sus actos, actos que maneja con saber hacer de sabio, siempre le indica que está bien o que está mal y la hace comportarse.
Cuando la encontró en el valle de Mossegar, sola, en medio de un paraje solitario de tierra rojiza, duro, natural, inhóspito, supo que tenía delante a una fiera salvaje que tendría primero que amansar y luego domesticar. Para ello se la llevó a la ciudad. De eso hace mucho tiempo y ella, ahora, perfectamente puede pasar por una dama, por una mujer hecha y derecha, sensual, cortés y educada.
Pero él no sabe que cada vez que la mira a los ojos, al fondo de sus ojos, desata en ella todo su salvajismo contenido desde que dejó atrás el valle. Que cada vez que la mira la hace vibrar, que la vuelve loca. Que solo quiere  devorarlo y no parar hasta no dejar rastro de él. Desconoce que cada vez que se pierde dentro de sus ojos, ella para comportarse tiene que morderse hasta sangrar. No sabe que a la salvaje que lleva dentro no la ha anulado, ni la ha borrado.
Él no sabe que comparte sus días en salvaje compañía.


© MARIA AIXA SANZ
(Ilustración: Linda Troeller)

14 de abril de 2010

“LA VIE SECRÈTE DES FEMMES” por María Aixa Sanz

Los trasgos viven dentro del hueco de los árboles. Salen de ellos con el objetivo firme de observar como va el mundo. Contemplan cada día: las mañanas y las tardes, el ocaso del sol y la salida sorprendente de la luna. Por las noches se meten en las camas de las hembras de los hombres, allí encuentran desde mujeres apasionadas y viajadas hasta doncellas puras que se ruborizan. Los trasgos les susurran palabras al oído, los trasgos recorren sus cuerpos, y a veces el hombre que acompaña su lecho las oye lanzar un gemido de placer mientras duermen. Al día siguiente ellas recuerdan de manera febril como poseídas por una extraña locura que no entienden, los placeres de la noche anterior, pues los trasgos son traviesos y conocen todas las artimañas para darles placer a las mujeres, ya que reúnen la sabiduría de todos los hombres del mundo, la magia de los árboles, los anhelos de las hembras y la sensibilidad de sus pieles.
Algunas recuerdan la noche anterior con todos sus matices en un idioma distinto como el francés, otras se sienten estremecer por la noche pasada al golpearlas el aire fresco de la mañana, a algunas la lluvia del amanecer les provoca lágrimas sin un porqué y al rato sienten unas inmensas ganas de bailar y a otras ver aparecer la luna les hace aflorar la risa de manera casual sin comprender.
Los trasgos recorren sus cuerpos en mitad de la noche y les susurran al oído el nombre del amado amante que tendrán en el exilio, les descubren el más oculto de sus secretos, imitan la voz de su caballero, les muestran los ojos del hombre que será su perdición y su debilidad, descubren para unas los paraísos no conocidos, recuperan para otras los paraísos vividos y olvidados. Los trasgos son los únicos que conocen la naturaleza de las mujeres, de que material está hecha su sensualidad, cual es la palabra secreta para despertar su erotismo y su voluptuosidad. Los trasgos recorren el cuerpo de las mujeres en noches de luna llena y éstas andan por la vida mirando a los ojos de los hombres que encuentran más bellos, intentando adivinar si detrás de esos ojos, si debajo de la piel de esos hombres se esconde un trasgo. Todo por pudor. Todo por sentir vergüenza y no quererles preguntar directamente, con franqueza, con sinceridad: ¿Eres tú un trasgo?



© MARÍA AIXA SANZ 

Trasgo: m. Duende, espíritu enredador