A Alma su madre le puso ese nombre
cuando nació, porque sabía que siempre sería un alma libre, intrépida, que no se
ataría a nada ni a nadie, que no se rendiría jamás, que no se dejaría atrapar,
que su vida sería diferente y fascinante. Lo sabía porque la engendró en un mes
en el que hubo dos lunas llenas, y Alma es todo lo que su madre pronosticó.
Alma camina descalza, curiosea, se sube a los árboles, se inserta en la selva,
piensa por sí sola, hace preguntas difíciles de contestar y solo habla los días
pares porque ha comprobado que la gente en esos días está más predispuesta a
entablar conversaciones que lleguen a buen puerto antes que a sembrar
conflictos. Los conflictos pertenecen a los días impares. Los días impares Alma
los utiliza para pensar y para averiguar mediante ecuaciones que se suceden en
el tiempo y en los papeles, la incógnita, la variable que determine como
conseguir que los corazones no sientan tanta soledad cuando tienen las mismas
constantes. En los días impares a Alma se la ve pasear descalza, se sienta en algún
árbol o apoya la espalda en una pared, saca un pequeño cuaderno y un
lápiz y empieza a dibujar símbolos que nadie entiende: sus ecuaciones, y cuando
se la observa en ese afán de descubrir lo que tanto le fascina, se puede ver
cómo junto a ella está sentado su pequeño león, que vigila atentamente el
paisaje y si alguien se acerca abre la boca, enseña sus dientes y ruge un
poquito. Desde que está con ella, Alma va a todas partes con su pequeño león.
Cuando Alma se tumba en el suelo reposa su cabeza en él. Su pequeño león le
hace de almohada. Su pequeño león tiene una paciencia infinita. Es algo que lo
percibe cualquiera que los mire, percibe que ese pequeño león tiene una
paciencia infinita con Alma, pues ella no para en su trasiego ni un momento
quieta, curiosea por todas partes, mete las narices en todo sin hacer mal a
nadie, y él la sigue, la acompaña a todos los lugares. No se separa de ella
desde que un día salieron ambos de la selva, Alma descalza, él detrás. Alma
estuvo perdida o eso creyeron durante unos días por la selva y cuando salió de
ella, sin ayuda de nadie, salió acompañada de su pequeño león, al que por
nombre le puso: Mi pequeño león. Desde entonces son leales el uno con el
otro. Su pequeño león no puede separarse de ella, pues al seguirla porque le
fascinó en la selva el brillo de los ojos de Alma, se apartó de su manada y no
sabe, ni quiere volver a ella. No podría vivir sin Alma y de Alma sería injusto
decir que no necesita a su pequeño león pues es el único a quien habla tanto en
días pares como impares.
© MARÍA AIXA SANZ
(Ilustración de Caia Koopman)
Cuento escrito el 1 de enero de 2011