Hay veces: días, semanas, puentes festivos, minivaciones o vacaciones largas en el que a uno le apetece desconectarse totalmente de ruido y del runrún de los días; para ello muchos somos los que escogemos como aliados a los libros. Es como si de pronto todo nuestro ser estuviera con ganas de que le contasen historias, una tras otra, por ello se agencia una pila de novelas y las coloca junto al sofá, tumbona o hamaca donde se sentirá dueño de su existencia y rey de las historias al menos por unas horas. Los amantes de los libros de sobra saben a qué me estoy refiriendo. Pues bien, en una de esas y entre media docena de novelas que adquirí para pasar unas minivacaciones desconectado de todo estaba EL OLOR DEL SILENCIO, que había adquirido puesto que su título me llamaba la atención desde hacía bastante tiempo. Abrí la novela y con el paso de las páginas y metido en la historia de James constaté que estaba ante una novela genial. Cuyo protagonista principal es inteligente ―algo que es de agradecer pues nada me da más rabia que encontrarme con un personaje previsible y bastante tonto en su proceder―, la inteligencia de James se puede extender a los demás personajes que incluso siendo secundarios tienen perfil de protagonistas y que resultan ser fascinantes desde que se asoman en la casa de las dunas hasta que desaparecen. Pero la más grande de las sorpresas que me deparó la lectura de EL OLOR DEL SILENCIO fue encontrarme dentro de la trama principal fantásticas pequeñas historias que iban convirtiendo la lectura en deliciosa; comprobé que para que ello resultase de ese modo la autora había creado EL OLOR DEL SILENCIO con una original estructura brillantemente resuelta. La calidad incuestionable de EL OLOR DEL SILENCIO hizo que yo pudiese disfrutar de la desconexión total con la que tanto ansiaba. Fue un verdadero placer meterme de lleno en la historia de James, por ello la recomiendo con entusiasmo desde entonces.
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