El súmmum del arte es aquel que
es capaz de seducirnos en absoluto silencio. Penetrando en nuestra alma,
corazón y cuerpo por el sentido de la vista. Sólo hay dos artes que son capaces
de remover nuestros cimientos y cambiar el rumbo de nuestras vidas en silencio.
Las dos disciplinas a las que yo llamo
ARTES SILENCIOSAS son: la literatura y la pintura.
Ambas son capaces de calar en lo
más hondo de nuestro ser y de transmitirnos un mundo entero sin que nadie alce
la voz, pronuncie una palabra, realice un gesto.
¡Qué decir de la literatura que
palabra tras palabra crea en nuestra imaginación un mundo, una historia, otra
vida, con la sola compañía del silencio! No se puede encontrar en el mundo mayor
serenidad que la que posee alguien que está inmerso en las páginas de un libro,
a disposición de unas palabras escritas una tras otra creando una historia. Ese
ser, ese lector, ha sido por el libro arrebatado de la realidad, abstraído del
mundo, consiguiendo estar en otra parte mediante el poder de la literatura y el
sentido de la vista que despliega sobre él un manto que lo cubre y le transmite
sentimientos y le otorga experiencias nuevas o viejas pero siempre inesperadas.
Igual sucede con el otro ARTE
SILENCIOSO: la pintura. Cuando como perdidos nos hallamos plantados de repente
delante de un cuadro que nos ha llamado por el nombre de pila y obedientes, de
pie, en absoluto silencio, en soledad, paladeamos el placer que nos
proporciona, recogidos y concentrados en él.
En la realidad de cada uno hay
todo un camino que su biblioteca privada podría revelar sobre su vida si
alguien quisiera indagar. Conocería cuales han sido sus gustos a lo largo de su
vida, las lecturas queridas, las olvidadas, las subrayadas. Sabría de esa
persona a través de los libros que se han ido acumulando en las baldas de su
biblioteca. «Una de las mejores formas de
recrear el pensamiento de un hombre: es reconstruir su biblioteca», dijo
Marguerite Yourcernar. Lo mismo ocurriría si se decidiese seguir el caminar de
alguien por los distintos museos del mundo, descubriría los sentimientos
inolvidables que guarda en los pliegues de su piel como tesoros. Entendería que
para ese alguien hay cuadros en que son algo más que ternura, son algo parecido
a la comprensión total, o a una fusión completa que hace que con los ojos esa
persona entre dentro del universo del cuadro formando parte de él, advirtiendo
cada detalle, enmudeciendo ante tanta espectacularidad.
¿Cuántos sentimientos son capaces
de evocarnos los libros y los cuadros?
¿Cuánto esplendor hay en una
historia escrita y en una pintura?
¿Cuánto silencio los acompaña?
¿Cuánta soledad poseen y en
cambio no nos sentimos solos ante ellos?
Y lo tremendo. Lo más tremendo es
que no hay vida suficiente para leer todos los libros y para admirar todas las
pinturas.
No hay vida suficiente.
No hay tiempo.
No hay espacio.
Pero el consuelo es que con cada
día se abre la posibilidad de entrar en un museo o contemplar nuestra
biblioteca privada, ambos existen para que en silencio los visitemos cada vez
que nuestro ser quiera sentir. Entonces sólo tendremos que ir a la balda y
coger el libro y abrirlo o cruzar el umbral de un museo y contemplar un cuadro
tras otro, y notar como nuestro cuerpo siente.
© MARÍA AIXA SANZ
Escrito en noviembre de 2007.