«Su deseo de leer no era lo único que retenía a Gilles en su cama. Por la
ventana de su habitación, y sólo por esa ventana, podía ver más allá del
cerezo, incluso más allá de su padre. Podía ver al señor Antoine, el nuevo
vecino, salir todas las mañanas a eso de las nueve e instalarse bajo el cenador
con un libro. Seguro que un libro diferente cada día. Si Gilles nunca había
visto a un hombre llorar, tampoco había visto a nadie, y menos aún a un hombre,
leer un libro. El hombre, de bastante buena estatura y cabellos blancos, lo
intrigaba, pero no porque leyera, sino porque tenía un aspecto feliz. Tomar
conciencia de la felicidad de ese vecino discreto y silencioso le obligó a
calcular la ausencia de felicidad que había en él, en su madre y en su padre.
Se decía que quizás la causa fuese Henri, movilizado a Argelia. Pero no
recordaba ninguna imagen de felicidad de antes de la incorporación a filas de
su hermano mayor. Esa felicidad, por tanto, no podía provenir más que de la
lectura. »
Hermosa novela es la publicada por Seix Barral, del francés Jean-Luc Seigle: ‘Al envejecer, los hombres
lloran’. La historia narrada por Seigle
es una historia de secretos, de cosas no dichas que se ponen al descubierto
porque sus personajes las ven y las intuyen con los ojos del corazón y es
entonces cuando las entienden con esa clarividencia absoluta que llega a
veces a nosotros sin entender muy bien su porqué. Albert, Gilles y el señor
Antoine son los tres personajes en
los que se sostiene esta narración sobre la familia Chassaing que transcurre en un solo día. Tres personajes extrañamente
ligados siendo cada uno la prolongación del otro, dejándose la vida y las
enseñanzas como legado los unos a los otros. No puedo decir que todo empieza a
cambiar el día de la narración, sino debo decir que el día en que se produce la
narración es el día en que todos los cambios detonan.
1- Albert despierta llorando. «Al envejecer, los hombres lloran. Era cierto.
Quizá llorasen todo lo que no habían llorado en su vida; era el castigo de los
hombres duros.» Llora por el orgullo, amor y respeto que siente por su hijo
de diez años tocado por la imaginación y los libros siendo como son una familia
de clase obrera. Su condición social es lo que hace a Albert de
algún modo protegerlo, por ello decide ponerlo bajo la tutela del señor Antoine un profesor retirado que acaba
de afincarse en Assys. Pues aunque no alcance a comprender sabe de la
importancia de los libros por ese motivo, más tarde, defiende a
su hijo ante su familia diciendo: «Será un literato», y a Gilles
le regala la vida.
2- Gilles con sus ojos de niño y aferrado a Eugénie
Grandet, la novela de Balzac, observa desde el amanecer a su familia y
conforme pasan las horas por primera vez en su vida entiende los sentimientos
de cada uno de ellos, tras pasar por la casa del señor Antoine y sumergirse en un mundo totalmente diferente plagado de
libros. «Gilles comprendió entonces que
cada novela que leyera lo ayudaría a entender la vida, a sí mismo, a los suyos,
a los demás, el mundo, el pasado y el presente, una experiencia similar a la de
la piel; y cada acontecimiento de su vida le permitiría, asimismo, iluminar
cada una de sus lecturas. Al descubrir esta circulación continua entre la vida
y los libros, encontró la clave que daba un sentido a la literatura; pero, al
mismo tiempo, después de la vivacidad de la conversación, de la avalancha de
reproches, del vaivén de situaciones que jamás habría imaginado unos minutos
antes, tuvo el presentimiento de que la vida, como los libros, era una fuente
infinita de rebotes, de improvistos, de secretos enterrados bajo las palabras,
de que nada era inmutable y de que todo se transformaba sin cesar.»
3- El señor Antoine es todo un personaje que en sí es una oda a la lectura, al
amor por las palabras, y por supuesto a la literatura y que le tiende la
mano al pequeño Gilles. «Una mirada no tan avezada como la del señor
Antoine nunca habría podido desvelar ese estado inaudito que hace que un niño
rompa de pronto a expresarse, cuando por fin puede poner palabras a las cosas
innombrables, dar al habla su poder y su precisión por primera vez en su vida;
sus conocimientos pedagógicos le permitieron percibir rápidamente, por esa frase,
el primer movimiento de un tránsito así que supone el término definitivo de la
infancia. Era algo raro y magnífico asistir a ese deslizamiento hacia la vida
adulta mediante la asunción de la palabra, más raro que asistir al primer paso
de un bebe o a su primer balbuceo.»
Jean-Luc Seigle crea al señor Antoine como contrapunto al resto de personajes, pues es
el único que procede del mundo de los libros, es el único junto a Albert —obrero de la Citroën— y Gilles —un niño de diez años— que sabe
de la importancia de éstos y del saber que se trasmite con ellos. Por ello el
orgullo que Albert siente por Gilles y por el cambio evolutivo que
representa es lo que le confiere a la novela dosis elevadas de dulzura y
ternura. Y ese mismo amor por los libros es lo que choca frontalmente, como una
broma, con la escena principal de la novela en ese día en Assys y en la casa de
esta familia: la llegada de un aparato de televisión, el primero del pueblo, en
un día asfixiante donde muchos secretos, posiciones y actitudes han sido
entendidos por Albert y Gilles.
La llegada de un aparato de
televisión y todo un pueblo reunido a su alrededor da pie a la vida para que
siga su curso natural y sea lo que tenga que ser. Con la llegada del aparato
todo cambia para siempre menos el amor por los libros.
Ese amor por
los libros y el respeto hacia ellos y todos los sentimientos de Albert y Gilles que recorren la jornada de un día de verano es la promesa de
una buena lectura en la que refugiarse en un día extremadamente invernal. 'Al envejecer, los hombres lloran'
es una magnífica novela.
© MARÍA AIXA SANZ